Amarás a tu madre
Envejece el suelo del living que tanto cuidabas. Envejece mi alma, que tanto te amaba. Y tanto aún te ama. Me pregunto a mi mismo, del otro lado de la sala: ¿qué es eso de lo que ellos hablan? Mis ojos transpiran letargos. Mis oídos, sangran sueños. Todos esos temas que otrora compuse varado en algún lugar de este vasto Universo. Frente al espejo, en tu cuarto, o tal vez fumando un cigarro o tal vez masticando tiempo, pero sabiéndote presente, a pocos metros, en algún lugar de la casa, ahí donde existía tu cuerpo. De ese tiempo a esta parte, no sabría definir si yo también he muerto. Paso a paso, poquito a poco, como migas que se pierden mientras mastico la vida, devoro con mis pensamientos la muerte y el paso del tiempo. Son ellos, ajenos. Ajenos y partes de un sueño que ya no sueño, dientes afilados de una boca que ya no muerde ni quiere morder, ecos de una voz que no quiere hablar ni repensar ni preguntar. No hay abrazo que simule llenarme, ni te amo que amague a poseerme, ni fotograma absoluto que pueda atribuirle al tan anhelado golpe de suerte. ¿De quién es este cuerpo? Cuya espalda sentencia a sus amigos: los ignoro pues ignoran el llanto que recubre el sonido. Y ciego me presento ante todos ustedes. Y no soy esto, ni lo otro, ni aquello. Caigo en la gran boca del tiempo, que todo lo devora, viendo allá arriba, inalcanzables, los años dorados. Momentos por este tonto tan amados, ahora sólo ensoñaciones que entreveen la silueta de una extraña soledad. Una extraña melancolía. Un retazo de algo.
Comentarios
Publicar un comentario